Sehnsucht

Tratando de ponerle palabras a este sentimiento que me embarga cada vez que regreso de Bogotown, le pregunté a Google “Qué es la nostalgia?” y en tan sólo un segundo me respondió: “Es el sentimiento de pena por la lejanía, la ausencia, o la privación de alguien o algo querido”. 

Su definición se queda corta a la hora de plasmar algo de las emociones que me acompañan desde que volví a mi Amberes adoptiva. Entre sollozos también busqué apoyo en mi Coach, y de su mano concluí que esta melancolía es producto de esa dulce tristeza por esas conexiones que hoy parecen tan lejanas, esa aflicción que se pinta de sepia, naranja y gris, tal como el clima que me acompaña en esta tarde novembrina.

Cada recuerdo, se empeña por renacer a través de pensamientos que me paso mordisqueando durante el día. Cada notificación de Whatsapp hace mi corazón latir con fuerza, anhelando encontrar noticias, fotos y mensajes con la voz de quienes viven en mi tierra.

Y así, husmeando las redes, me encontré con una palabra que es difícil de traducir a otros idiomas, y que reúne todo mi sentir:  Sehnsucht; una palabra alemana que indica ese anhelo hacia alguna cosa intangible. Y me pregunto, ¿qué hay más intangible que los recuerdos y las memorias?

Este Sehnsucht es mi mecanismo de defensa para mantener vivas las reminiscencias de experiencias épicas. Una semana en la que desde la salida en tren, hasta el abrazo con el que sorprendí a mi mamá, y la aterrizada al regreso en Schiphol, fueron impecables. Todo funcionó en sincronía perfecta.

Frente a mi ordenador y durante mi jornada laboral, añoro con la piel erizada, ese momento en el que floté en las aguas del mar de Santa Marta, mientras contemplaba ese inmenso cielo escaso de nubes y rebosante de azul. Ese instante mágico en el que me sentí sostenida y bendecida. Regresé también a ese par de amaneceres meciéndome en una hamaca, meditando con la brisa sobre mi pelo, o viendo como la luz del sol se colaba por las montañas capitalinas.

“Cada suspiro es el aire que nos sobra, por esas personas que nos faltan”.

Esta sensación agridulce es tan profunda e intensa, que aún después de varios días me sigue embriagando. A diario me hago consciente de cientos de suspiros, con cada uno de ellos viajo 2.600 metros más cerca de las estrellas, y de mis amores de la vida. Y en este viaje se hacen inequívocas  esas palabras que dicen que “Cada suspiro es el aire que nos sobra, por esas personas que nos faltan”.

Y es esa exhalación y ese sabor -un tanto amargo- el que se disipa con el café matutino, y los abrazos de mi tribu, esos que me reconectan con mi aquí y mi ahora. Pero al volver a inhalar, viajo en la memoria al canto de los pájaros Bogotanos, al ladrido del perro del vecino, al bullicio del transmilenio, al olor de mi Metrópoli y a sus atardeceres legendarios. 

Me valgo de estrategias varias para combatir el sentimiento, me valgo pues de mis palabras que fluyen caudalosas como el río de mis emociones. Me muevo entre la fortaleza y la vulnerabilidad, y me siento débil y descolorida, así como las hojas de otoño que se dejan caer sobre el asfalto.

Me valgo también de meditaciones, un diario de la gratitud,  y algunas rutinas de ejercicio, como antídoto para este jetlag álmico. Con cada estiramiento me conecto con cada uno de mis órganos, con cada flexión revivo la memoria de mis músculos, esos mismos que se extasiaron nadando,  practicando Kayak y Paddle en alta mar. Me fundo igualmente con la destreza de mis pies bailando salsa y champeta, y con ese agradecimiento profundo que habita en cada poro de mi piel.

Me conecto, con 6 horas de diferencia, con el alma de Fanny, mi progenitora, esa mujer que así como el astro mayor, alumbró mis días con abrazos perpetuos y cálidos, fue ella quien hizo latir mi corazón a ritmos de tambor. Hoy me teletransporto a los brazos de esa mujer bonachona que me llenó de mimos, kilos de fruta, arepas, y manjares hechos con el amor que sólo ella sabe expresar en sus comidas.

Me traslado con cada recuerdo a esta tierra donde los encuentros tienen aroma a aguardiente de manzanares, los besos saben a piña recién picada, y los reencuentros se sienten como las mariposas de Gabo revoloteando en las entrañas.

Fueron tan sólo 8 días, que se pasaron volando, tal vez por la felicidad, tal vez por su intensidad. Una semana y un tris en la que mis brazos se quedaron cortos, mis piernas inertes para bailar y mi alma anestesiada para expresar tanto amor y gratitud.

Me acompaña también ese arrepentimiento por no haberme quedado más días, ese  acto de contrición por haberme perdido de la fiesta de cumpleaños de mis Tios queridos, de no haber coincidido con amigos del alma y colegas migrantes, de no haber celebrado mis 45 noviembres entre cumbias y acordeones. Me pesa no haber podido abrazar a muchos, me pesa  no haber sido lo suficientemente poderosa para poder detener el tiempo, ponerle pausa al cassette de mi vida y detenerme en esos instantes mágicos, en los que me fundí en abrazos y mimos, en los que me perdí en las entrañas de mi tierra, esa a la que hoy y siempre sueño con poder regresar.

Ya lo he escrito antes, pues después de una década y media, me he vuelto experta en este tema de las despedidas y los regresos. Sólo los migrantes, podrán entender porque al regresar nos abruma la nostalgia, sólo ellos pueden experimentar ese vacío colosal en el que con cada partida perdemos un pedacito del alma,  ponemos curitas adhesivas en cada agujero del corazón, y secamos con pañuelos tricolores esas lágrimas que acarician la piel en exilio. Esta nostalgia, este Sehnsucht es inevitable, inexplicable e inherente al que vive fuera de su patria.

Disfruté cada amanecer, cada tarde soleada y hasta el único aguacero que Mi Bogotá me quiso regalar, disfruté tener un tráfico impecable, caminar por las calles viendo la inmensidad de los picos de mis montañas capitalinas, sin tener la certeza de un anhelado regreso .

Y así, cada vez que la nostalgia quiera ganarme la batalla, cada vez que las lágrimas me recorran la piel, cada vez que sueñe con regresar, volveré a esos momentos mágicos, a ese balcón con hamaca y vista al mar, a cada amanecer al lado de mi madre, a las tardes de café y chisme, a Wok y Crepes, a una noche  de champeta y salsa, y a la dulzura de arequipe con la que me empalague con el sabor de cada abrazo post pandemia.

Mi piel venía con hambre (huidhonger como bien lo dicen en neerlandés), y sus abrazos y sus besos suplieron esa deficiencia que un virus hizo evidente. Gracias infinitas por ese regalo maravilloso del tiempo, gracias a quienes les robaron a sus familias o trabajos un par de horas para verme, saludarme, y hacerme vibrar en su compañía. Gracias por esa convocatoria de amigos, con alitas de pollo y aguardiente. Por esa tarde de spa y rulo, por las conversaciones profundas y eternas. Por la complicidad, las cavas y el proseco. Por el ajiaco, los currys y el vino caliente. Por los trancones en los que se metieron para sacarle tiempo a esta monita canosa, que llegó a Bélgica con el corazón rebosante de amor.

Sólo puedo decir Gracias mamá, gracias familia, gracias amigos del alma!!!

Estas letras van por cada uno de ustedes, y por todos aquellos a quienes les quedé debiendo un apretón entre mis brazos.

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2 thoughts on “Sehnsucht

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  1. La nostalgia me llegó hasta aquí y tu relato me llenó de aliento para el día en que también llegué mi turno de regresar a mi país adoptivo. Gracias

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