Si esta casa Bogotana hablara, narraría sucesos con un tono melancólico, y mucha gratitud.
Daría testimonio de remembranzas tejidas entre sus muros, sus ventanas enrejadas y su florecido jardín.
Si esta casa de Morato hablara, pronunciaría un elocuente discurso sobre el amor imperfecto, las dificultades, las lágrimas y las despedidas. Daría arengas sobre quienes la habitaron, sobre los sueños cumplidos y los que se quedaron por cumplir, sobre pruebas superadas, viajes lejanos, emprendimientos y despedidas.
Si esta casa, la de la calle 103 hablara, contaría la historia de un clan compuesto por cuatro seres maravillosos, que vinieron a aprender juntos las lecciones de la vida, a reescribir las historias de nuestros ancestros y nuestro clan, a soñar juntos y a sembrar no sólo flores, sino los cimientos de lo que somos, y lo que fuimos.
Si los muros de esta casa hablaran, contarían las historias de vida de docenas de cuadrúpedos, cultivos hidropónicos, rosales, uchuvas y siete cueros.
Narraría relatos enmarcados en asados, apagones de luz, novenas navideñas y muchas parrandas.
Si esta casa esquinera tuviera vida propia, sería un ser experto en conjugar verbos activamente: reír a carcajadas, bailar, hornear tortas y galletas, jardinear, trabajar, crecer, pero sobre todo atreverse a amar.
Hoy hago una apología a esa casa, la 52 A 57, que ojalá hablara, a ese lugar que me dio abrigo, que me vio crecer y me vio partir.
Esos muros anclados en mi memoria, que le dan vida a estas letras y a un suspiro por esos ayeres escabullidos pero tan presentes en la memoria.
Lo amé. Sin duda todos tenemos una casa que cuenta todo tipo de historias, momentos, silencios, risas, olores, procesos. Gracias Angela por recordarnoslo con tus letras.
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